Trastorno del Espectro Autista (TEA) y el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH)
El Trastorno del Espectro Autista (TEA) y el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) han sido históricamente malentendidos. Ambos vistos a menudo como “enfermedades” que deben ser “curadas”. Sin embargo, esta visión es -al menos- problemática, tanto desde una perspectiva científica como también social. A continuación, explicaremos brevemente por qué es más adecuado considerar estos trastornos como variaciones dentro del espectro neurodivergente, en lugar de enfermedades.
1. Una cuestión de neurodiversidad
El concepto de neurodiversidad reconoce que el cerebro humano puede funcionar de diversas maneras: no todas las diferencias en el procesamiento mental deben ser vistas como patologías. Tanto el TEA como el TDAH son ejemplos de esta diversidad, donde los individuos experimentan el mundo y se relacionan con él de maneras únicas. Estos trastornos no son fallos del sistema nervioso, sino variaciones dentro del amplio espectro de la cognición y la conducta humana.
2. El enfoque médico tradicional y sus limitaciones
El enfoque médico clásico, que etiqueta estos trastornos como enfermedades, tiende a centrarse en los “déficits” o “problemas” de los individuos, y busca corregirlos o eliminarlos. Esto puede llevar a intervenciones que intentan suprimir conductas, sin reconocer ni aprovechar las fortalezas y habilidades particulares de las personas con TEA y TDAH, las cuales son muy amplias, múltiples y diversas. Los términos “trastorno” o “enfermedad” sugieren una desviación negativa de la norma, pero esta visión no refleja la realidad de quienes viven con estas características. De hecho, dentro del lenguaje específico en el que se esta entendiendo este fenómeno, se está incluyendo el término “condición”.
3. Fortalezas y diferencias, no deficiencias
Muchas personas con TEA o TDAH desarrollan habilidades excepcionales en áreas como la creatividad, el pensamiento lógico, la resolución de problemas y la innovación. La rigidez o hiperconcentración de alguien con TEA, por ejemplo, puede ser ventajosa en tareas que requieren atención al detalle, mientras que la energía y pensamiento divergente de alguien con TDAH pueden ser valiosos en entornos dinámicos y creativos. Tratar estos rasgos como “síntomas” de una enfermedad es minimizar la capacidad y el potencial de estas personas.
4. Impacto social y estigmatización
En este sentido, considerar el TEA y el TDAH como enfermedades contribuye a la estigmatización y no ayuda a comprender la complejidad de esta condición. Las etiquetas médicas pueden llevar a que las personas sean vistas a través de una lente exclusivamente patológico, reforzando prejuicios, dificultando la integración social y alimentando la discriminación. En lugar de centrarnos en “curar” estas diferencias, deberíamos enfocarnos en crear un entorno más inclusivo que valore y respete las distintas maneras de ser y de pensar. Se trata de establecer una visión más inclusiva.
En lugar de enfocarnos en el “déficit”, el enfoque moderno busca comprender cómo estos cerebros procesan la información de manera diferente y cómo podemos apoyar a las personas en función de sus necesidades individuales. No se trata de normalizar o “arreglar” a las personas con TEA o TDAH, sino de ajustar el entorno y los sistemas sociales que lo rodean para permitir que cada persona prospere en sus propios términos: formas únicas de percibir y participar en el mundo.
Al movernos hacia un modelo que valore la neurodiversidad, creamos un espacio donde las personas puedan desarrollar sus habilidades y contribuir a la sociedad sin estar marcadas por etiquetas limitantes. Esta es, por supuesto, nuestra invitación.