Camuflaje social en mujeres autistas: una estrategia de adaptación a la cultura patriarcal

Abril 15, 2025

El Trastorno del Espectro Autista (TEA) ha sido históricamente estudiado y diagnosticado con una perspectiva androcéntrica -postulamos- como resultado de las lógicas patriarcales que también rigen fenomenológica y epistemológicamente la metodología científica. El resultado está siendo cada vez más evidente: se ha invisibilizado las manifestaciones particulares del espectro en las mujeres.

En las últimas décadas, ha emergido una preocupación creciente por comprender cómo las mujeres autistas desarrollan estrategias de camuflaje social o masking como forma de adaptación al entorno, particularmente en contextos dominados por normas sociales dentro de la lógica patriarcal. Estas estrategias pueden permitirles pasar desapercibidas pero también pueden tener un alto costo psicológico que se traduce en el desarrollo -usualmente silencioso- de trastornos o patologías no necesariamente asociadas directamente a la condición del espectro autista.

El diagnóstico de autismo en mujeres ha sido históricamente invisibilizado. No porque no existan, sino porque la ciencia, como han indicado Federici, Butler, Silvestri (entre otras) ha sido una herramienta de control más que de liberación. Las mujeres autistas han aprendido a sobrevivir a través de una estrategia sutil pero profundamente desgastante: el camuflaje social. Esta práctica, lejos de ser una simple adaptación, puede entenderse como una forma de obediencia inducida al orden axiomático patriarcal:  producción de  cuerpos y subjetividades funcionales, legibles y controlables.

¿Qué es el camuflaje social?

El camuflaje social en el autismo se refiere al conjunto de comportamientos que buscan ocultar las características autistas para ajustarse a las expectativas sociales. Esto puede incluir imitar expresiones faciales, forzar contacto visual, ensayar respuestas sociales, o suprimir intereses particulares.

Según la psicóloga clínica Dra. Sarah Bargiela, una de las primeras investigadoras que visibilizó el fenómeno en mujeres autistas, “el camuflaje no es simplemente una estrategia de socialización, sino una forma de supervivencia en un mundo que no ha sido construido para ellas” (Bargiela, Steward & Mandy, 2016).

El camuflaje o masking es el arte de parecer “normal”. Implica reprimir movimientos espontáneos, copiar patrones sociales, sonreír cuando no se siente, sostener el contacto visual aunque duela, ocultar intereses intensos, silenciar la incomodidad. Para las mujeres autistas, esta práctica ha sido clave para evitar la exclusión, el castigo o la medicalización violenta.

Como señala Leonor Silvestri: “el cuerpo no solo se normaliza, se produce según un régimen de inteligibilidad que lo vuelve mercancía y lo domestica para que no moleste, no desborde, no grite”. El camuflaje, entonces, es una forma de domesticación social y sensorial de las mujeres neurodivergentes.

Género y camuflaje: ¿por qué las mujeres?

Las investigaciones muestran que las mujeres autistas tienden a camuflar más que los hombres. Un estudio realizado por Lai et al. (2017) reveló que las mujeres autistas presentan una discrepancia significativa entre la severidad de sus síntomas y su funcionalidad social aparente. Esto ha derivado en un subdiagnóstico crónico y un retraso en la identificación clínica.

Esta diferencia puede explicarse parcialmente por las normas de género: desde temprana edad, las niñas son socializadas para ser empáticas, complacientes y comunicativas. Estas exigencias se intensifican en contextos patriarcales donde se espera que las mujeres se adapten, agraden y no incomoden.

La psicóloga y activista autista Devon Price lo sintetiza así: “las mujeres autistas han sido entrenadas para camuflar, no porque quieran ser neurotípicas, sino porque el sistema les exige encajar para sobrevivir”.

Camuflaje como estrategia: cárcel cognitiva

La cultura patriarcal no solo impone normas de comportamiento diferenciadas según el género, sino que penaliza fuertemente las desviaciones. Para muchas mujeres autistas, camuflar su forma de ser se convierte en una estrategia de autoprotección frente al rechazo, la infantilización o la violencia.

Este fenómeno también ha sido abordado por la investigadora Ginny Russell (Universidad de Exeter), quien señala que “el camuflaje social puede entenderse como una forma de obedecer las reglas tácitas de la feminidad hegemónica: ser agradable, emocionalmente disponible y socialmente competente, incluso cuando esto implique una gran carga emocional”.

Desde esta perspectiva, el camuflaje se convierte en un acto político: una forma de sobrevivir a un entorno hostil, pero también una renuncia involuntaria a la autenticidad. No se trata solo de una estrategia adaptativa, sino de una respuesta a una estructura social que excluye la diversidad neurológica y castiga la diferencia femenina.

Aunque el camuflaje puede ser funcional a corto plazo, diversos estudios han documentado sus efectos negativos. Entre los más comunes se encuentran:

  • Fatiga social crónica
  • Ansiedad y depresión
  • Despersonalización
  • Riesgo aumentado de suicidio

Esto no es casualidad: es el precio de esconder el yo auténtico durante años, de vivir actuando un personaje. Es, como diría Silvestri, “una cárcel cognitiva autoinducida para no ser exterminadas socialmente”.

Un estudio liderado por la Dra. Laura Hull (2020) mostró que las personas autistas que reportan altos niveles de camuflaje también presentan mayor incidencia de trastornos de salud mental, especialmente las mujeres. La carga constante de actuar un rol genera un desgaste emocional que puede llevar a una crisis de identidad.

La terapeuta y escritora autista Clem Bastow advierte: “las mujeres autistas que camuflan durante años no solo se sienten desconectadas de sí mismas, sino que a menudo terminan sin saber quiénes son realmente”.

Reivindicar la autenticidad: el desafío del diagnóstico y la autoaceptación

Romper con el camuflaje implica un proceso de reconstrucción personal pero también colectivo. Muchas mujeres autistas que reciben un diagnóstico en la adultez atraviesan una fase de duelo y liberación: duelo por el tiempo perdido y liberación por el descubrimiento de su identidad.

Esto exige repensar el entorno: dejar de enfocar la intervención en que las mujeres ‘funcionen mejor’ y comenzar a construir comunidades más inclusivas. Como plantea la investigadora Monique Botha, “necesitamos transitar del ‘cómo pueden adaptarse las personas autistas al mundo’ al ‘cómo puede el mundo adaptarse a las personas autistas’”.

El camuflaje social en mujeres autistas es una estrategia profundamente influenciada por la cultura patriarcal. No se trata únicamente de una técnica individual, sino de un síntoma estructural: una sociedad que valora la homogeneidad, penaliza la diferencia y exige a las mujeres la constante vigilancia de su conducta. Visibilizar esta realidad es el primer paso para construir una neurodivergencia inclusiva y apegada a la evidencia científica, que abrace la autenticidad como forma de resistencia y salud, además de asegurar un debate pluralista y constructivo.

Algunas activistas autistas sostienen que el camuflaje no debe leerse solo como sumisión, sino también como táctica de supervivencia. En una cultura que no tolera lo diferente, camuflarse es una forma de pasar inadvertidas y evitar violencias más directas. Pero esta táctica tiene un límite: el silencio forzado se vuelve enfermedad.

Por eso, muchas mujeres autistas adultas, al ser diagnosticadas, no solo encuentran un nombre para su diferencia, sino también una palabra para su rebelión. Dejan de pedir perdón por no encajar, y empiezan a desmontar el guion que las hizo daño.

Te invitamos a sumarte al debate en torno a las problemáticas que emanan desde el debate en torno a las neurodivergencias. En Neurocupa estamos abiertos a las opiniones y al diálogo constructivo entre quienes quieren o necesitan adentrarse a este debate público.

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